La primera vez que vi una ballena tenía 16 años. Fue un encuentro
inesperado y francamente sobrecogedor. El magnífico cetáceo había entrado
en las aguas de la bahía de Corral, en la costa de la ciudad de Valdivia.
Nadaba con absoluta tranquilidad, seguido muy de cerca por su cría mientras se
desplazaban por un mar extrañamente azul y transparente. A la distancia
podíamos apreciar de vez en cuando la enorme cola de este hermoso animal y, en
otros instantes, sólo era posible apreciar el chorro de agua que dejaba por
sobre la superficie del mar al expulsar el aire de sus pulmones.
Dedo reconocer que ese fue un momento mágico que jamás dejé en el olvido, ya que
esa tarde el destino me regaló la posibilidad de apreciar de cerca a uno de
estos increíbles gigantes del mar. Debieron pasan otros 14 años antes
de volver a encontrarme en el mar con otra ballena. Esta vez mi encuentro
fue con un pequeño grupo de orcas en las afueras de Morro Gonzalo, en la bahía de
Corral. Aún que mucho más nervioso por la cercanía que llegamos a
tener con estos magníficos animales en nuestra embarcación, este encuentro
terminó por convencerme que el océano es un escenario sin igual, y en donde estos
espléndidos mamíferos son los únicos hacendados y a los cuales debemos respetar
su legítimo especio sin fronteras.
Por esta razón cuando leí el
artículo de C. Pérez y F. Rodríguez, "Bryant Austin: fotógrafo de ballenas cuenta cómo Chile y una
jorobada cambiaron su vida", no pude dejar de sentirme reflejado en parte por
las vivencias de este fotógrafo que vive por y para las ballenas.
Bryant Austin cambio su vida producto de un encuentro con una ballena jorobada hace siete años,
y desde entonces recorre el mundo en busca de las mejores imágenes de los cetáceos.
Los invitamos a conocer y sorprenderse con la historia de este fotógrafo y
naturalista en la siguiente nota.
Bryant Austin: fotógrafo de ballenas cuenta cómo Chile y una
jorobada cambiaron su vida
"Un
golpecito en el hombro". Ese simple, pero único gesto selló para siempre el
vínculo entre Bryant Austin (42) y lo que se convertiría desde entonces en su
obsesión. Buceaba en medio del océano de Tonga, una pequeña isla del Pacífico
sur, cuando sintió un leve roce en el hombro que lo obligó a girarse: frente a
él, una ballena jorobada de dos toneladas nadaba serena y lucía ante sus ojos la
aleta pectoral, de cuatro metros, con la que acababa de rozarlo. "Ella se acercó
para tocarme con su aleta y hacerme saber que estaba detrás de mí. Me
impresioné. Tenía el tamaño de un bus escolar. La miré a los ojos y ella se
transformó ante mi mirada. Ya no era una ballena. Me asombró cómo algo tan
grande podía ser tan inofensivo. En ese instante vi claramente lo que había
perdido la historia de la fotografía de ballenas al no retratar ese tipo de
encuentros tan íntimos y lo que yo podía aportar", dice Austin a La Tercera.
No perdería nuevamente esa oportunidad. En ese momento decidió que ese sería su
oficio a tiempo completo y que volvería a Tonga por esas imágenes. Vendió su
auto, su casa rodante y otras posesiones, y en 2005 estuvo 125 días en la isla
caribeña retratando ballenas a menos de dos metros. Supo que no había vuelta
atrás.
En 2005 creó Conservación de Mamíferos Marinos a través del Arte (MMCTA, según
sus siglas en inglés), entidad sin fines de lucro que promueve medidas de
protección contra la caza comercial de ballenas, y aunque en dos años no
aparecieron mecenas ni ayudas suficientes para concretar su travesía marina, no
se rindió. Sus ganas dieron frutos. En 2008 logró que la Comisión Ballenera
Internacional lo invitara a su reunión anual en Chile para exponer las mejores
fotografías. Como el golpe de la jorobada, ese viaje cambiaría su vida.
_ |
|
|
|
Aprendiendo a nadar
La primera vez que Austin intentó fotografiar a una ballena fue en las islas
Azores, ubicadas al norte de Africa, cuando apenas tenía 25 años. Llegó allí
para cumplir un sueño de niño: nadar y retratar a estos gigantes marinos. Fue un
desastre. "Al principio estaba aterrado cuando llegaron cerca mío. Tenía la
esperanza de poder hacer fotografías de tamaño natural a tres metros de
distancia, pero resultó ser demasiado lejos y todos los detalles, el color y los
tonos comenzaron a perderse", recuerda. Se dio cuenta de que había muchos otros
fotógrafos que hacían un trabajo mejor que el de él y que no estaba preparado
para superarlos ni mostrar algo nuevo. "Decidí que debía aprender y me pasé los
siguientes 10 años realizando esto como un hobby y trabajando en el Instituto de
Ciencias Marinas de la U. de California, donde hacía trabajos administrativos y
fotografiaba nutrias marinas en su hábitat. Sentí que podía ayudar a las
ballenas de otras formas, hasta 2004, cuando esa ballena me mostró que la
fotografía era el camino" y un viaje a Chile le confirmaría que no estaba
equivocado. "Fue en 2008 cuando viajé a Santiago para realizar mi primera
exposición importante, en la reunión anual de la Comisión Ballenera
Internacional que se realizaba en Chile", recuerda.
Llevaba dos años reuniendo
dinero para realizar sus expediciones. En todo ese tiempo no había tocado el mar
ni visto ni la cola de un cetáceo. Todo cambiaría cuando en medio del salón del
hotel, donde se exponían sus fotografías, apareció el empresario australiano
Peter Hall, invitado al evento ballenero. Quedó cautivado con el talento de
Austin al punto de que ofreció financiar su carrera. "No esperaba una respuesta
tan abrumadora. Ese viaje a Chile condujo al financiamiento de mi regreso al
campo de la fotografía de ballenas, después de una ausencia de 24 meses. Por eso
siento mucha gratitud y tengo los mejores recuerdos de mi estadía en Santiago",
recuerda.
Hall cumplió. Tras su paso por Chile, Austin realizó dos nuevas exposiciones
financiadas por él -en Noruega y Japón- y en enero de 2009 viajó a la isla de
Dominica, en el Caribe, para fotografiar cachalotes. Tras cinco semanas de
búsqueda consiguió pasar más de una hora en el agua junto a una familia de estos
cetáceos de 20 metros. Estaba de vuelta.
Hoy, su fama le permite autofinanciarse. Está trabajando en un libro de gran
formato, que piensa publicar en 2012 y cuyas ganancias buscan apoyar su trabajo
de campo con ballenas en los próximos años. "Pasaremos con mi equipo 18 meses
recaudando fondos para nuestra próxima misión: fotografiar ballenas azules y de
aleta, los cetáceos más grandes y tímidos del planeta. Mi idea es probar en esa
misión nuevas tecnologías de imágenes experimentales, para lograr una resolución
aún mayor", dice.
¿Sus claves para quienes empiezan en esta área? Ir la primera vez a la Gran
Barrera de Coral, en Australia. "Desde junio llegan las ballenas minke enanas,
que pueden llegar a ser muy curiosas y que se acercan solas a los observadores
en el agua. Es un excelente comienzo", dice.
Dos: tener paciencia. "Hay que estar unos tres meses con un grupo específico de
ballenas para llegar a una inspección de menos de dos metros con alguno de
ellos", dice. Tres: permanecer inmóvil dentro del mar. "Eso les permite a las
ballenas moverse en torno a una persona con una precisión tremenda y evitar
contactos peligrosos", dice. Pero lo más importante, sostiene, es lograr un
contacto especial con las ballenas, que permita capturar y transmitir toda su
magnífica belleza en una instantánea. "Lo que me obliga ahora son las reacciones
de las personas cuando tienen la oportunidad de ver una fotografía de tamaño
natural del cuerpo de una ballena. Me impresiona su reacción, sobre todo cuando
ven sus ojos. En las exposiciones que he realizado en todo el mundo, las
respuestas de las personas han sido las mismas. Eso es lo que me inspira a
continuar".