No, no era un día como otro cualquiera. A las tres y media comenzaba
el viaje que durante tanto tiempo habían preparado. Era su primera
salida al salmón. Senén, todas las noches antes de acostarse, revisaba
el sobre que estaba encima de la mesilla de noche y cuyo interior
albergaba tres permisos para pescar el coto de la Tea, en el río
Narcea. Durante el último mes habían estado hablando, prácticamente a
diario, del mismo tema, una y otra vez, repitiendo como si de una
grabación se tratase las mismas palabras. En su pensamiento, las
imágenes que tantas veces habían contemplado en programas de pesca,
vídeos y revistas, también se repetían, impidiendo que pudieran
concentrarse en sus tareas cotidianas. En los años que llevaban
pescando, tan sólo Senén en un par de ocasiones, coincidiendo con las
vacaciones de verano, había pescado alguno de los fantásticos cursos
asturianos en pos de sus truchas. Nunca presenciaron el acontecimiento
que supone la captura de un salmón en su entorno real, menos aún a
mosca, y esto generaba una sensación de excitación aun mayor.
Todo llega, y Senén junto con sus amigos Pablo y Suso, tras una noche
eterna entre las paredes de hostal de Casa Grana en Cornellana, se
desplazaron hasta el coto. Era muy temprano cuando Suso comenzó a
lanzar su mosca desde la margen derecha del pozo de la Tea. La tarde
anterior, algunos pescadores les comentaron que las previsiones no
eran buenas. La intención de Rafa, uno de los más prestigiosos
pescadores de la zona, no era desilusionar a la cuadrilla de
“novatos”, sino aconsejarles para que aprovecharan sus escasas
oportunidades. A esas alturas de temporada, principios de mayo, las
pocas capturas que había entregado el Narcea, fueron en su mayoría a
cebo y no en los cotos del curso alto, sino en los tramos libres de la
parte baja del río. A pesar de todo, Suso lanzaba su mosca una y otra
vez, mientras el movimiento de sus manos delataba el nerviosismo al
manejar la línea; y es que las pobres expectativas no habían
debilitado la ilusión por conseguir su sueño. El tiempo fue pasando y
el día despuntando. Después de Suso, Senén y luego Pablo, “vareaban”
la postura mientras la esperanza de desvanecía a la misma velocidad a
la que el sol se elevaba. Poco a poco, fueron comprendiendo las
palabras de Rafa y asumiendo el más que posible fracaso de su empresa.
Pablo y Suso, ya aburridos, estaban en la pasarela de los Cuérragos
tratando de localizar algún salmón. La temporada de la trucha aún no
estaba abierta en los ríos salmoneros, hecho éste que debían conocer
los tres buenos ejemplares que se cebaban groseramente bajo la
pasarela en un palmo de agua.
- ¡Serán "puñeteras"!... Seguro que si estuviésemos ahí abajo con la
caña no estarían tan...
Pablo le interrumpió:
- Suso, que le pasa a Senén. Me pareció oírle gritar.
- Se habrá caído al agua por andar haciendo la cabra por las rocas. Ya
sabes como es... No puede estar un rato quieto.
El río discurría alegre pero en buenas condiciones. El sol ya
calentaba y la ropa comenzaba a estorbar. Senén, fiel a su afición, no
cejaba en su empeño y se acerco a la cabecera del pozo por la margen
izquierda -lugar desde donde se suele pescar la postura a cebo-
tratando de localizar algún salmón. Se había sentado en la cima de una
de las grandes rocas que hacen orilla en la cabecera de la Tea
mientras empuñaba su nueva caña de dos manos que había comprado para
la ocasión a precio de saldo. La mecánica de los lances, el aumento de
la temperatura y el reflejo del sol en el agua, le habían embrujado.
Senén hacía rayar su mosca de tubo negra y amarilla, esa que había
visto clavada en la boca de tantos salmones en los artículos de las
revistas, como intentado romper con ella los destellos del agua, como
si estuviera hipnotizado por ellos. La imagen de aquella enorme figura
dirigiéndose hacia la mosca y hacia él, y el tremendo tirón que sintió
en sus manos, se concentraron en un solo instante. A partir de ahí,
todo ocurrió muy deprisa, demasiado deprisa, casi sin darle tiempo de
comprender lo que pasaba. El salmón le obligó a sumergir un metro del
puntal de la caña en el agua y después se descolgó río abajo haciendo
chillar el carrete. Senén sudaba como si fuese el más caluroso día de
verano y la emoción le ahogaba impidiéndole gritar para avisar a sus
amigos. Cuando Pablo y Suso llegaron, la caña estaba inmóvil y muy
arqueada. El salmón no estaba dispuesto a moverse del fondo del pozo,
donde de nuevo se había colocado. Mientras, Pablo bromeaba:
- Bueno tío... Ya esta bien. Menuda carrera nos has hecho dar para
nada. Así que has pescado un salmón mutante y se ha convertido en
piedra.
Pero de nuevo el carrete comenzó a dar un recital de música celestial
mientras la caña se doblaba bruscamente siguiendo los movimientos del
"Rey".
Senén no trato de contener su emoción en ningún momento y la desató
llorando como un crío. Gemía desencajado mientras Pablo le abrazaba y
Suso tiraba unas fotos para el recuerdo de aquel mágico momento.
Todos disfrutaron de aquel maravilloso salmón recién entrado, fresco
como una lechuga, una auténtica preciosidad. Fue su primer gran
espectáculo. No tendría menos de 6 kilos. Quizás llegase a los nueve.
Es la ventaja de soltarlo... así luego puede “crecer” pero sobre todo,
regalarnos el fruto de sus entrañas.
Y esta es la historia de Senén y su primer salmón, un auténtico
kamikaze al que sólo le faltaba la cinta en el pelo y el kalashnikov
en las aletas, pero que en la memoria de Senén será recordado durante
toda su vida como su primer salmón, aquel que emergió de la luz del
sol.
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Luis Meana con un reo del Cares-Deva, en Asturias, España. |
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