Cuando ya parecía que todo estaba dicho en cuanto a
problemas ambientales, aquí va uno
nuevo. Una silenciosa plaga de salmones viene invadiendo
los ríos y estuarios del sur de Chile desde el año 2000.
Algunos como el salmón chinook, llegan a pesar más de 20
kilos. Las frágiles especies nativas como el bagre y los
pejerreyes no pueden competir y son devoradas o
desplazadas por estos monstruos carnívoros.
Una plaga en el agua es difícil de entender. Necesito
una explicación con manzanas. Entonces el doctor en
Biología Iván Arismendi, quien desde hace 17 años junto
a un grupo de científicos viene dando informes que
revelan esta invasión de peces, dice abriendo las manos
frente suyo como si quisiera abarcar un metro imaginario
de agua: “Actualmente un metro cúbico de agua del Río de
los Patos, en Petrohué (Puerto Montt), tiene casi el
doble de salmones que un metro cúbico del Río Willapa en
Washington”. Y suelta una contenida risa.
Él conoce ambos ríos, porque nació y estudió en Puerto
Montt y desde hace 10 años está radicado en USA en la
Universidad de Oregón, donde investiga ecosistemas de
agua dulce.
Pero aun así, como buen chiste de científico, ¡necesita
otra explicación!
La gracia está en que el salmón es originario de
Norteamérica y no de Chile. Y ahora tenemos más que
ellos en nuestras aguas dulces.
Esto, para muchos pescadores con mosca, parece
estupendo, porque adoran a estos salmónidos luchadores
que tensan sus lienzas al máximo cuando los pescan
mientras retornan desde el mar al agua dulce para
desovar y morir. Pero…
“El problema es que los salmones y las truchas” dice
Iván Arismendi “son una misma familia de peces
carnívoros y agresivos que se comen o desplazan
cualquier otro pez más chico que ellos. Están en el top
de la línea. Y acá no tienen competencia en la fauna
nativa de los ríos”.
Las víctimas son las tres especies de bagre o pez gato;
las carpas (introducidas hace dos siglos); cuatro
especies de pejerreyes; las pochitas o “lizas de río”,
un tipo de anguila; la percatrucha que hay en el fondo
de los lagos y todos los tipos de galaxiidos o puyes, un
pequeño pez casi transparente muy abundante en muchos
ríos. Toda esta pequeña fauna herbívora e insectívora
está hoy amenazada por la presencia de salmones del
Pacífico de las subespecies coho y chinook y, en menor
medida, por truchas arcoíris y café. Y, eventualmente
también, por el salmón del Atlántico, que si bien se ha
encontrado en estado adulto, no hay evidencia de que se
haya reproducido en ríos y lagos por alguna razón
desconocida.
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Los escapes de salmón son un problema masivo
en Chile pero poco divulgado. La
Organización WWF publicó la
investigación Escapes de salmón en Chile en la que cita
una cifra de Sernapesca: Sólo en 2009 se escaparon de
pisciculturas 1,7 millones de salmones; 15 veces más que
los que se escapan en Noruega, el primer productor
mundial de salmón. |
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El guía y pescador con mosca Rodrigo Sandoval, con 20
años de experiencia y autor de la publicación
especializada Ríos y senderos, ha visto esta involución
con sus propios ojos: Es muy notoria la disminución de
los peces nativos donde hay salmones. En el Lago
Llanquihue –quizás el caso más extremo– se han vuelto
realmente muy escasas las peladillas (galaxiidae) y los
pejerreyes. Casi no se pescan ya.
Desde 1997, primero los pescadores y luego los
científicos, vienen observando un sostenido aumento de
salmones coho y chinook en las aguas dulces de lagos y
ríos de Puerto Montt al sur, en desmedro de las truchas
arcoíris, introducidas a fines de 1800.
El caso más notorio son los enormes salmones chinook
(que pueden llegar a pesar más de 20 kilos), y que para
los pescadores principiantes son el trofeo máximo.
Hoy estos monstruos se encuentran desde el Río Toltén en
la boca del Lago Villarrica hasta Magallanes. Al otro
lado de la cordillera está en todos los ríos argentinos
de la Patagonia. Y en 2013 pescadores aficionados los
reportaron incluso en los ríos de la Isla de Tierra del
Fuego.
El chinook es un depredador temible. Para alcanzar su
talla máxima cuando está en el mar o en los estuarios
(la boca de los ríos) devora todo a su paso y no tiene
otro pez competidor que se le conozca. Únicamente le
hacen frente los lobos marinos.
Un mapa de un paper publicado en 2006 Salmon chinook
invade southern South America de Cristián Correa y Mart
Gross, pinta con esta plaga todo el cono sur americano.
En esa época advertía que en los próximos cinco años –a
partir de 2005– la situación se haría crítica. Es decir
ahora. Y el vaticinio se cumplió. Casi 90% de los ríos
de Toltén al sur tienen salmones.
Claro, muchos dirán: ¿Y a mí qué? Quizás hasta baje el
precio del sushi.
Pero es como un incendio de color naranja que se expande
y cuyas consecuencias son impredecibles para la fauna
nativa de los ríos chilenos.
En el norte de Chile –por un pequeño error humano– ya se
produjo la primera alerta de lo que podría ocurrir en el
sur.
En agosto salió una pequeña nota en la prensa que pasó
desapercibida: “pequeño pez único del Lago Chungará,
amenazado por truchas introducidas por el hombre”. Una
piscicultura de truchas salmónidas establecida en el Río
Lauca en 2003 fue abandonada y los peces liberados. Como
era lógico, los peces nadaron por todos los afluentes
hasta encontrar comida y algunos llegaron al frágil
ecosistema del Lago Chungará, donde los reportó a partir
del año 2008 la conocida limnóloga chilena (estudiosa de
aguas dulces) Irma Vila.
Eso no tendría nada de malo si no fuera porque estos
carnívoros en cinco años devoraron todo lo que pudieron
del karachi o Trichomycterus chungarensis un género de
bagre o pez gato de 15 cm, y cortaron la cadena
alimenticia del Chungará. Las algas aumentan, el pez que
se las come disminuyó en 70% y con eso bajó también la
llegada de aves migratorias carnívoras que se alimentan
de estos pececitos del lago.
Antes de que se convierta solo en un espejo de agua sin
vida más que las truchas, en octubre de 2013 el Sag y la
Subsecretaría de Pesca autorizaron una urgente pesca de
truchas en el Lago Chungará para intentar equilibrar el
ecosistema.
“Pero podríamos pescarla eternamente y eso no disminuirá
la población”, escribió el director de Conaf Arica-Parinacota,
Héctor Peñaranda, en una nota publicada en el diario La
Tercera en octubre pasado, “se necesita conocer el lugar
de desove e impedir que se reproduzca”.
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El salmón es originario de Norteamérica y no
de Chile. Y ahora tenemos más que ellos en
nuestras aguas dulces. “Los salmones y las
truchas son peces carnívoros y agresivos que
se comen o desplazan cualquier otro pez más
chico que ellos”, dice el doctor en
Biología, Iván Arismendi.
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LA
HISTORIA QUE SE QUIERE OLVIDAR
A comienzos de siglo, por iniciativas privadas se
trajeron a Chile salmones y truchas para deportiva y
como chiche alimenticio.
Según el
profesor de la Uach y médico veterinario, Sergio Basulto,
que en 2003 escribió El largo viaje de los salmones: una
crónica olvidada, se introdujeron porque las especies
nativas de los ríos, el bagre, las carpas y los
pejerreyes no ofrecían ningún atractivo deportivo. “No
daban la pelea al pescador”. En cambio estos peces
luchaban aleta con aleta por su vida en su “corrida
anual” contracorriente cuando remontan los ríos.
“El
naturalista alemán Federico Albert, fue uno de los
primeros en hacer proyectos para ‘enriquecer’ la fauna
nativa de los ríos”, dice Basulto. A comienzos del siglo
XX trajo la trucha café (la menos agresiva de todas) y
la trucha arcoíris, que fueron liberadas en Lautaro y
Río Blanco en la Octava Región y en algunos otros ríos y
lagos del sur con ayuda de biólogos chilenos como Pedro
Golusda.
No todas
sobrevivieron pero lentamente se comenzaron a
naturalizar. Especialmente las truchas café y una que
otra experiencia con salmones chinook.
Fueron
experiencias tan pequeñas que nunca fue un problema.
Incluso en los años 70 se siguió haciendo con apoyo de
la Corfo y el Sag. Las truchas y el salmón chinook
parecían ser los mejores en adaptarse y convivir con la
fauna nativa, y en el siglo XX no se expandieron
mayormente porque los salmones tienen “filopatría”:
vuelven a reproducirse al lugar donde nacen. Así que
para expandirse a otros ríos necesitan ayuda humana.
Pero
entonces entró otro factor en juego: a partir de los
años 80 se desarrolló la salmonicultura, el método de
crianza y cultivo industrial de salmones en jaulas, que
invadieron canales y estuarios de Chiloé al sur. De ahí
no ha parado hasta convertirse en la segunda exportación
nacional después del cobre.
Es
decir, en los mismos últimos 30 años en que se
desarrolló la salmonicultura, estos peces se masificaron
en los ríos de Chile como una verdadera plaga.
Muchos
científicos como Arismendi y organizaciones ambientales
como la WWF sostienen que ese aumento se puede deber a
los escapes o liberaciones de salmones desde los
cultivos porque las jaulas se rompen durante los
temporales, por ataques de lobos marinos o por mala
mantención.
La
industria lo niega. Después de insistir a la gerenta de
asuntos públicos de Salmonchile, Alejandra
Pinheiro-Guimaraes –agrupación de las empresas
productoras de salmón– para conocer su versión, solo
logré obtener por escrito una respuesta a través de una
periodista de la agencia Nexos, que le ve las
comunicaciones a Salmonchile: “Los escapes de peces
desde centros de cultivo son mínimos, por lo que no
tienen incidencia sobre las especies nativas. Cabe
mencionar que en casos extremos de siniestros (tsunamis,
temporales) existen planes de contingencia y de
recaptura definidos en la ley. Saludos”.
Sin
embargo, los escapes de salmón son un problema masivo en
Chile pero poco o nada conocido y menos divulgado.
En 2009
la organización WWF publicó la investigación Escapes de
salmón en Chile, encabezado por los biólogos Maritza
Sepúlveda, Francisca Farías y Eduardo Soto. Cifras del
Sernapesca, de 2009, revelan que ese año se escaparon en
Chile 1,7 millones de salmones; 15 veces más que en
Noruega, el primer productor de salmones. Otros años se
escaparon 500 mil. Y otros años cero.
“Si no
hay escapes informados no es porque no ocurran –dice el
documento– sino porque las empresas chilenas no
entregaron información”. Incluso entre 1997 y 2003 hay
un vacío enorme de información. Y a ninguna autoridad
ambiental o pesquera, pareció inquietarle.
Además,
en ese registro solo figuran los escapes ocurridos en el
mar durante el periodo de engorda de los salmones y no
en el periodo juvenil, que se lleva a cabo en jaulas y
piscinas en lagos y ríos de agua dulce.
“Sobre
escapes en agua dulce de trucha arcoíris o salmón coho,
simplemente no hay ningún registro”, dice Iván Arismendi
“y esos son los más importantes porque son peces que
hemos visto que tienen más posibilidades de vivir y
naturalizarse en los ríos”.
Un
último paper de Arismendi y la bióloga Maritza Sepúlveda
que se publicará este año, trata precisamente de esto
último: escapes de salmón en agua dulce.
Otro
científico, el genetista de peces David Gómez Uchida
cree que se podría identificar genéticamente a los
salmones a partir de su procedencia. Pero advierte:
Desde hace unos años comenzamos a tener muchos
impedimentos para lograr autorización para capturar
peces y muestrearlos genéticamente. Muchos. Por parte de
la Subsecretaría de Pesca parece que hay un tabú con
este tema –dice Uchida–, como si la pesca de
investigación fuera a dañar a estas especies.
Necesitan instalar redes en los lagos, quizás se vea
feo. La industria salmonera se resiste a que se pesque
el salmón masiva y comercialmente; “porque encubriría
los robos de los centros de cultivo y el comercio
ilegal”, señalaron en un reportaje de TVN emitido en
agosto de 2013.
El mayor
porcentaje de salmones escapados son de la especie de
salmón del Atlántico salar, el mayoritario de las
pisciculturas– que por razones desconocidas no se ha
naturalizado con éxito en las aguas libres chilenas.
“Pero es cosa de tiempo”, dice Arismendi “el hecho que
una población no se haya naturalizado todavía, no
significa que no vaya a ocurrir. Si los pescaran
comercialmente (el efecto de la pesca deportiva es
mínimo), podría controlarse a tiempo”.
Por otro
lado, los chinook parecen no haber sido originados en
escapes de la industria (que prácticamente no los ha
cultivado) sino por pescadores particulares que los
diseminaron a partir de los salmones sembrados en los
años 70. Arismendi conoció algunos testimonios: “Algunos
pescadores nos contaron que en los años 90 se arrojaban
en barriles con agua desde helicópteros por los lagos y
ríos del sur sin ningún control ni registro. Quizás para
difundir el aprecio a los salmones como algo bueno, no
lo sabemos”.
A todo
el mundo le parecía bien fomentar la pesca y el turismo.
En muchos lugares surgieron lodges de pesca, miradores
para ver a los salmones y se agregaron a la carta de
todos los restoranes en la Carretera Austral. Hoy,
todavía a periodistas de TV, autoridades locales y hasta
animalistas, les parece bien difundir y proteger al
salmón. En Coihaique hasta le hicieron una escultura de
lata bienvenida al pez invasor, a la salida de la
ciudad.
CONTRA LA ECOLOGÍA
En la TV muchas veces han denunciado a
pescadores ilegales de salmón, otros que usan redes y
hasta tipos que se meten a los ríos y matan el bicho a
palos para venderlo. ¡Y con gran bombo se los llevaban
presos!
Sin embargo, deberían felicitarlos: en ecología no
siempre lo obvio es lo mejor. “La gente protege a los
salmones porque como los ven hace mucho tiempo piensan
que son de acá”, dice Iván Arismendi. “Pero hoy es todo
lo contrario, harían mejor en sacarlo y comerlo. Es
necesario controlarlo pronto, eso sí ayudaría al medio
ambiente”.
En cambio, algunos pescadores sueñan con atrapar un
chinook, tomarse la foto sosteniendo el monstruo a duras
penas, y devolverlo al agua. “Piensan que le hacen un
favor al río”, continúa Arismendi.
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El salmón chinook es un depredador temible. Para
alcanzar su talla máxima, cuando está en el mar o en los
estuarios, devora todo a su paso y no tiene otro pez
competidor que se le conozca. |
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Incluso en Petrohué se instaló recientemente un mirador
para observar el lugar de desove de los chinook, cuando
una vez al año deciden volver del mar o el lago, hacia
el mismo lugar donde nacieron en los ríos de media
montaña. Es todo un fenómeno verlos saltar los rápidos
contra la corriente.
“Es la corrida anual del salmón”, dice Arismendi “una
verdadera carrera por la vida”.
Este pez, fabulosamente diseñado para nadar, evolucionó
esquivando los dientes de los osos grises, lobos y
coyotes que aún intentan cazarlos en el Hemisferio Norte
cuando remontan los rápidos en las montañas. Solo
algunos sobreviven a su tragedia ineludible: ponen sus
huevos, los fecundan y mueren. Esto en el lapso de unos
pocos años. ¡Qué corta vida agotadora!
Pero el problema en nuestros ríos es que no tenemos
osos, ni lobos, ni águilas que se coman a los chinook, a
lo más uno que otro gato que, con suerte, les pellizcará
la cola. Y pescadores.
Para que estos salmones tengan energía suficiente antes
de partir necesitan comerse todo a su paso para alcanzar
esos 8 a 15 kilos. Un verdadero monstruo marino en los
lagos y en la boca de nuestros ríos.
Pero el verdadero problema no es saber que están, porque
ya están –dice Iván Arismendi– sino cuántos hay y de ahí
podemos deducir cuánto comen de fauna nativa. Para eso
necesitamos pescarlos de forma masiva. Es urgente.
Él, junto a otros biólogos como la conocida limnóloga
Doris Soto analizaron los estómagos de los chinook del
Río Allipén (Villarrica) y comprobaron que los salmones
comen fauna nativa en su estadio juvenil y adulto.
¿Cuánto afectará a la fauna? Nadie lo sabe todavía.
En el mundo hay varios ejemplos de tragedias ambientales
por peces exóticos, como la perca del Nilo, un enorme
pez carnívoro, que extinguió 43 especies de peces del
Lago Victoria, en África. En Europa ahora mismo está
ocurriendo con el siluro glanis otro pez carnívoro de
hasta 45 kg que se sembró por los ríos para atraer la
pesca deportiva. Su atractivo es su tamaño. En la última
película que ganó Cannes, El desconocido del lago, un
nadador muere y muchos comentan que lo atacó un siluro.
En España el siluro es considerado una plaga. Ha
devorado tal cantidad de peces en los ríos que en
youtube hay videos donde se ve al enorme pez hambriento
asomarse a la orilla e intentar comerse unas palomas.
Los turistas salen huyendo despavoridos.
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